Zobeida Acosta Contreras: 6 años de ausencia

31/8/15 0 comentarios ¡Deja tu comentario aquí!


Por: Fabrina Acosta Contreras. Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos”. Carlos Fuentes

En muchas ocasiones he brindado mis letras en homenaje a mujeres y hombres que  escribieron durante su paso por la vida, grandes historias, siempre me conmueve que las personas guerreras partan con la rapidez de una muerte que les llega con la urgencia de la envidia, como queriéndoseles llevar para disfrutar de ellos y dejarnos con el corazón arrugado de tanto dolor.

El 1 de Septiembre del año 2009, mi familia y yo vivimos la profunda tristeza de saber que mi hermana Zobeida había muerto, así de repente con un cuadro clínico severo de menos de 72 horas, la mujer con la que había hablado horas antes y me había expresado como nunca que me amaba y me motivaba a seguir con mis proyectos, estaba sostenida a la vida por unos aparatos y como lo decían los médicos intensivistas, a un milagro divino, ya nada humano podría cambiar el letal diagnostico.

Hablo de mi hermana porque fue una guerrera, una mujer con la fuerza Guajira encendida como esos soles del desierto en Nazaret (alta guajira), vivía con la intensidad que penetra un nordeste en Riohacha, al que no tocas, ni puedes ver, pero no escapas de él y te atrapa por completo.

Zobeida fue una mujer cautivadora, creativa y alegre, nunca pasaba desapercibida; amante de los niños, entregada por completo a su esposo, hijos y nietos, vivía con la inocencia activada, adulta cronológica pero siempre fue niña de corazón, generosa y complaciente, lo que apaciguaba su fuerte carácter, porque sus “nojodasos” retumbaban cuando los apellidos se le alborotaban, no fue perfecta pero gustaba tanto que hasta sus imperfecciones eran jocosas.

No quiero parecer una seudo-halagadora que exagera cualidades a las personas cuando han fallecido, estoy segura que los amigos y amigas o familiares que lean estas letras estarán de acuerdo con lo que expongo y puedo correr el riesgo que me acusen de haber sido poco generosa con la descripción de mi hermana.

Zobeida fue una mujer sin receta protagonista de historias particulares, sostuvo y disfrutó por más de 30 años un matrimonio feliz, murió aun enamorada y correspondida, tenía más de 200 ahijados (de bautizo, matrimonio, confirmación) por eso era natural escuchar a hombres con apariencia ruda convertidos en sutiles ahijados que se acercaban a ella para recibir el mejor consejo o la bendición, en su barrio lideraba actividades, era sensible con los niños y las niñas, por eso conmemoraba cada fecha para que ellos disfrutaran mediante juegos o fiestas infantiles.

Ahora me convenzo que ella en su afán de evitar el dolor de la muerte de sus seres queridos, negoció con Dios para morir de primero, en los últimos meses hablaba de la muerte con la seguridad que esta dama imponente vendría por ella, se despidió de todos aunque fue solo después del 1 de Septiembre/09 que lo entendimos; Zobe en muchas ocasiones aplazó su propia tranquilidad por otorgársela a los demás, no aprendió a limitar su generosidad, como matrona guajira emprendía sus defensa por el linaje y asumía el liderazgo en situaciones difíciles; su esposo en la actualidad afirma que “cuando ella murió parece que a él, le hubieran cortado las manos y la fuerza para luchar” ellos eran un equipo pero quien tenía el timón era mi hermana, enalteciendo la esencia matrilineal de las mujeres Guajiras.

Zobeida son 6 años de ausencia física, porque aun en los sueños nos hablas, las lagrimas visitan mi rostro en aquellos días donde con solo tu voz me salvaría de esa melancolía abrumadora que se instala en mi corazón.

Que el cielo se estremezca con tus ocurrencias, bromas y jocosos diálogos, porque desde esta vida terrenal que aun habitamos, sabemos que la ausencia te tornará siempre presente.


Te amo hermana mía, como duelen los 1 de Septiembre.

La Feria de los Patrocinadores

13/8/15 1 comentarios ¡Deja tu comentario aquí!



Raimon Guillermo Sales Contreras - Columnista Villanueva mi@. “…Hasta la supervivencia de una banda de ladrones necesita de la lealtad recíproca…”. Antonio Genovesi.

Con ocasión al alboroto Nacional, Departamental y Municipal que están generando los partidos políticos con cada uno de sus candidatos en lo que corresponde a capturar adeptos o simpatizantes para que apoyen sus programas de gobiernos, lemas de campañas, logos que los identifica y estrategias de publicidad y burocracia; me asalta la duda de donde salen tantos recursos para sostener y financiar todos estos proyectos en aras de asegurar un cupo a un Concejo, Asamblea, Alcaldía o en su defecto una Gobernación.

Desde mi óptica presupuestal y con un conocimiento básico de cómo se ejecutan recursos públicos y privados, es importante precisar que las modalidades de asignación y ejecución de recursos en estas campañas,  no todos obedecen a los candidatos inscritos para cada una de los escenarios antes mencionados; considero que se requiere de buenos patrocinios que permitan y aseguren el alcance de la meta proyectada, ahora entiendo porque no alcanza ningún presupuesto estatal para devolver al patrocinador su aporte al cumplimiento de la meta, claro no quiero expresar con esto que todos sean malos patrocinadores solo que se conocen casos de acuerdos burocráticos donde una integrante de la vecindad del Chavo le bailo el indio al combo patrocinador del más gordo de la vecindad, el que lo entendió lo entendió.

Como el patrocinador tiene que tener identidad y poder al momento de elegir su patrocinado, se denota en esta contienda electoral en mi bella Guajira el peso burócrata y la fortaleza financiera de algunas campañas; cabe anotar que se encuentran unos padrotes políticos que han desempeñado altos cargos en el Gobierno Nacional y vuelven a mirar hacia nuestro pueblo cuando ya están descapitalizados y cansados de arrogancia de poder político y folclórico por tanto vitrinazo parrandero que los identifica y que a la larga lo que refleja es que quieren pescar en rio revuelto.

Consigno esta humilde opinión en lo que compete a esta práctica de respaldo financiero y político solo con el fin de socializar que es importante que la ciudadanía tenga en cuenta que no solo es elegir al candidato de mis afectos o el recomendado o en su defecto el que me brindó una oportunidad laboral o un apoyo económico, eso no está mal, lo importante es que aprendamos a generar un apoyo en un voto de conciencia al candidato que consideremos que brinde la oportunidad de tener un acercamiento con la comunidad sin tanto intermediario y que permita que su Concejo, Asamblea, Alcaldía y Gobernación sea de puertas abiertas a las necesidades básicas que requieren ser priorizadas y atendidas oportunamente y que aseguren un verdadero cambio rumbo al progreso, salud  y bienestar.

Con el cariño y el respeto de siempre.


Raimon Guillermo Sales Contreras.

Entre las propuestas y las ofensas

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Hernán Baquero Bracho - Columnista Villanueva mi@. La política moderna se hace con propuestas más no con ofensas. La decencia pública y la nobleza siempre han derrotado a la prepotencia y a la altives. El que quiera comprobarlo que coja un metro y mida el carisma y la simpatía. Cuando los candidatos a una corporación pública y sus seguidores acuden a las ofensas personales, a las diatribas, a los odios, es porque no tienen nada en la cabeza y las ideas y las propuestas han menguado su capacidad intelectual y antes por el contrario la mediocridad aflora como su única arma contra su misma impotencia.

En la década de los 70 y de los 80, los discursos en las plazas públicas estaban cargados de ofensas y de diatribas de unos contra otros, era una especie de circo romano, donde los que iban o acudían a dichas convocatorias aplaudían hasta la saciedad las ofensas y los odios cargados de resentimientos en contra de su adversario. Pareciera que el gladiador mataba al otro como en la época romana no a punta de espada sino a punta de lenguas venenosas y viperinas. Eso lo vivimos en La Guajira y en Villanueva no fue ajeno estas contiendas que carecían de propuestas pero que eran ricas en ofensas entre los políticos de la época. Todavía se siente en lontananza esos discursos veinte julieros de políticos de aquella época que ya no deben estar dando lidia sino criando nietos y en sana paz con Dios y sus semejantes. Nombrarlos es darle la importancia que no se merecen y que trataban a sus votantes como rebaños de ovejas y como si fueran sus esclavos en esa democracia mal sana que tuvo Colombia.

Se iniciaron las campañas políticas y en Villanueva pareciera que muchos de estos dirigentes no tienen nada en la cabeza, sino odios y ofensas personales que o generan ni en sus seguidores ni en los que quieren conquistar simpatía son por lo contrario rechazo. Hay algunos que parecieran el mismo diablo encarnando en el mismo lucifer, con discursos de hace más de 40 años, pasados de modas y con una impronta de maldad y de odio que pareciera que estuvieran viviendo la época de la “CHULAVITA” y tratan  de enquistar esos odios en sus seguidores para alimentar la violencia cuando ya este pueblo está cansado de ella y cuando en el país lo que se trata de buscar por todos los medios es esa paz esquiva que no se deja agarrar por culpa de los mismos actores y de otros que alimentan la misma guerra.

Da tristeza escuchar a estos personajes que no buscan el bien común sino más bien añoran sus reinados como si el feudalismo no hubiera pasado de moda en muchas reuniones del país y lo más grave que ciertos candidatos como estos feudales de antaño que no viven aquí, que no han construido residencia acá y que llegan como unos gamonales a dar órdenes y a pontificar sobre la moral cuando no miran lo que llevan por dentro de su pasado y de lo que hicieron y han hecho a lo largo de su vida. Y fuera de eso vienen a irrespetar al pueblo villanuevero con diatribas y ofensas y con discursos insulsos que lo único que generan es asco y rechazo entre la gente de bien y pareciera que el olor a azufre se sintiera por doquier.


En la política moderna de la ciencia y de la tecnología, de la democracia participativa, de los ideales y de la libertad de expresión, la gente lo que quiere escuchar son propuestas serias y claras, realizables y que vallan buscando el bienestar común y no el bienestar personal como ha sido la constante que se ha venido dando en los últimos años en la democracia colombiana. Propuestas para sacar a Villanueva del ostracismo en que se encuentra y del alicaído subdesarrollo que está en cuidados intensivos y no en ofensas personales que a lo único que conducen es a más resentimiento, a más envidia y por lógica a más generación de violenia.

El Sueño Cachaco

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Juan David Herrera (Columnista Invitado). "Me disculpo de entrada si llego a ser impertinente en el uso de ciertos términos. Para los fines de este artículo se utilizarán las palabras “cachaco”, “pueblerino”, “citadino” y “pueblo” en sentido netamente coloquial". 

Hace años me encontraba con mi amigo Álvaro Vásquez en las playas de Salgar, haciendo remembranza de los tiempos en que vivimos en la capital, la nevera, la fría, cachacolandia… Bogotá. En el momento de esa charla ambos éramos ya dos jóvenes con las almas invadidas de la vejez prematura que le entra a quienes van a pisar los 30 años; pero éramos al tiempo dos seres criados en provincia, o en municipios pequeños de la costa atlántica: dos pueblerinos costeños. Y aunque ya en ese tiempo habíamos pasado las fronteras territoriales que dividen a las metrópolis de las zonas rurales, y no sólo habíamos experimentado lo que significaba vivir en la capital, sino que contábamos ambos con viajes internacionales compartidos, la constante mental de nuestro imaginario de infancia permanecía allí, como una curiosidad natal que no se olvida, pero que saciada hasta cierta medida, con la edad sirve de punto de partida para la comparación y el desencanto. Y fue allí cuando llegamos a la conclusión de que mientras que a los cachacos los invade el sueño americano, a los costeños nos circunda el sueño cachaco.

Todos conocen del sueño americano. Ese término usado para definir el anhelado ingreso al país gringo de las maravillas, lleno de luces multicolor, enormes limusinas, modernas autopistas, gigantescos rascacielos, seres de ojos azules, cabellos rubios y peinados perfectos, cuerpos embutidos de masas musculares, féminas convertidas en conejitas, cohetes que viajan a la luna, simios gigantes escalando edificios, superhéroes y villanos, en fin… lo maravilloso del mundo artificial americano, estadounidense, ya que, como dijera Eduardo Galeano, con el tiempo los latinos perdimos hasta el derecho de llamarnos americanos.

Propaganda de ese mundo artificial nos llegaba principalmente por revistas y películas, hasta que culpablemente formamos en nuestras conciencias sobre ellos la imagen de una civilización superior que paría la más alta tecnología con sus inteligencias desbordadas, cuyo pilar principal era la libertad, la Casa Blanca y esa estatua americana – pero de origen francés - levantando su brazo en símbolo de que allí yacía el mundo libre, el país de las oportunidades, un mundo ejemplar. Así que sobre la base de ese encanto y estilo de vida se hicieron reposar los sueños de nuestros citadinos, hasta el punto de copiar muchas de esas instituciones foráneas, las cuales se impusieron no sólo al nivel íntimo de las personas y sus anhelos de crecimiento y superación – porque ante los gringos no éramos nada –, sino que además se implantaron, en virtud del centralismo cachaco, en las políticas públicas, y en la visión de nación y país que debía ser Colombia.

Los pueblerinos, mientras tanto, crecimos viendo cómo los cachacos transformaban su mundo. La referencia más inmediata de un mundo moderno la encontrábamos en los citadinos, principalmente en los cachacos de Bogotá. La información nos llegaba con la prensa y la televisión. Sabíamos que se trataba de otra especie, la que tenía los edificios altísimos y las grandes avenidas, donde vivían los presidentes, los famosos y la gente más importante, la ciudad donde se hacían las telenovelas y programas de concursos, donde la gente vestía distinto, con esos trajes finos y hermosos abrigos, donde todo el mundo era blanquito y de cabellos “aconductados”, con su forma de hablar educado - porque el cachaco vocaliza bien, es decir, habla bien - y sus modales propios de otra cultura, más avanzada y anti-montuna, gente fina que no sudaba porque en la capital hace frío, gente de caché.

Bajo esa referencia los pueblerinos costeños creamos y nos creímos el mito del ser cachaco  como un personaje superior, con una mejor educación y mayor inteligencia. “Los cachacos son inteligentes”, era el decir. Al tiempo que creamos una consciencia no tan abstracta de la diferencia entre el pueblo y la ciudad, donde ciudades como Barranquilla, Cartagena y Santa Marta, nuestras ciudades, no nos servían de referente extrapolar de lo que era un ambiente citadino, sino que recurríamos a la imagen de la metrópolis cachaca para señalar la distinción con nuestro ambiente. Las ciudades costeñas las sentíamos más cercanas, llenas de gente no tan distinta a uno, gente con el carnaval, el baile, las actitudes costeñas, lenguaje similar. Sabíamos que eran ciudades, pero no las concebíamos como tales, sino como pueblos grandes; al fin y al cabo no eran tan modernas como la capital, eran calientes y sus gentes provenían de pueblos como los nuestros.

Una vieja historia, que aún no sé si se trata de un chiste o de una anécdota, ha sido contada en mi pueblo, aunque estoy seguro que en muchos pueblos más, y sirve de ejemplo para ilustrar el fenómeno del referente pueblerino y el ingreso a un mundo diferente. La historia le pasó a pechi, pongámosle ese apodo a nuestro personaje. Pechi nació y creció en Manaure, pueblo de La Guajira, en el que todas las casas eran de una sola planta y el único edificio que el pechi conocía era en el que funcionaba la Alcaldía Municipal, el cual contaba con cuatro pisos. Cierto día el pechi recibió un regalo: un viaje a Bogotá. Al llegar a la capital, puesto en medio de la selva de concreto, el pechi miraba con inmenso asombro los altos edificios, y después de un lapso de desconcierto pudo expresar: “¡Nojoda…! ¡Aquí si hay alcaldías!”.

Pero no sólo era la visión estética y arquitectónica lo que nos servía de referente para alimentar el mito citadino. Esa ilusión también se sustentaba con la realidad estructural del poder político nacional: el centralismo. Las decisiones más importantes se tomaban en Bogotá. Incluso no hace muchas décadas era desde la capital donde se definían los alcaldes y gobernadores para todo el país. En cachacolandia vivían los poderosos que definían el destino de nuestro país, y la palabra de un ministro tenía el peso para doblegar cualquier postura política regional y pueblerina. “Ahí no hay nada qué decir, la decisión vino de Bogotá” era la sentencia con la que se mataba cualquier discusión, y la secuela mental creaba un endiosamiento hacia esa superestructura cachaca que nos hacía aceptar las cosas así no conociéramos su fundamento, como cuando alguien nos echa un paquito pero lo antecede con la frase “está científicamente comprobado que…”. Creamos ese mito cachaco y con él nuestro complejo de inferioridad mental pueblerino. En mi experiencia como abogado puedo recordar el sinsabor generado cuando, por accidente de chismoso, en más de un juzgado le escuché decir a cualquier secretario, incluso un juez, cosas como “¡ojo con los términos! Mira que el que lleva ese proceso es un abogado cachaco y esos sí son estrictos”.

Así desarrollamos nuestros imaginarios. De forma inconsciente fuimos creando los conceptos mentales de superioridad e inferioridad frente al ser cachaco, y en lo material referenciamos los conceptos de pueblo como sinónimo de atraso, y de ciudad como adelanto. Así que si queríamos salir del atraso y crecer como personas acudíamos a los elementos citadinos, y rechazábamos los pueblerinos para que no nos frenaran. Y en ese devenir hemos sacrificado muchas cosas esenciales. Las marcas de lo que se concibe como senderos del desarrollo en muchas oportunidades nos han obligado a experimentar desde lo nuestro y desde nosotros mismos para poder avanzar hacia un desarrollo que no conocemos, y en ese querer avanzar sin darnos cuenta comenzamos a entregarlo todo, tanto que como resultado tenemos que los elementos citadinos han venido devorando los del pueblo sin piedad.

Nuestra música, por ejemplo, ha sufrido las transformaciones de esa “citadinización” por la cual lo que es propio de los pueblos se transforma y muta hacia formas citadinas. El vallenato, para mencionar un género musical, cuyos desarrolladores eran juglares y que en sus cantos hacían mención de las historias de las veredas, corregimientos y cascos municipales, que le cantaban a los paisajes limpios de las serranías, valles y desiertos, las aguas de los ríos, la belleza de la mujer, las costumbres de la región, y obviamente al amor, el despecho, la traición y toda una sábana de sentimientos y circunstancias, sufrió una transformación espontánea, simultánea con la generación de los nuevos imaginarios: los elementos citadinos han venido devorándolo, y ahora los escenarios de las canciones y videos nos muestran espacios cerrados, llenos de luces, edificios, discotecas y cuartos de hotel, con mujeres y hombres de cuerpos de gimnasios y visibles cirugías estéticas, y conforme a la artificialidad de la ciudad, las canciones se promueven desde lo monotemático puro (el amor, el despecho, la traición…) a lo meramente banal y vulgar (sexo sin premeditación y sentido, rumba loca, alabanzas al cuerpo que se enseña…), y la justificación de sonidos electrónicos para la modernización del vallenato – ¡luces, chispas, bombas! -. Y aunque hasta el momento las causas del hecho se le atribuyen a las demandas del mercado y al fenómeno de la internacionalización, lo cual conlleva un cambio de imagen y adaptación de los productos, lo cierto es que este es uno sólo de los factores de consecuencia por los que se ha transformado la música. El mismo ejemplo podría ilustrarse con la champeta, y tal vez de forma más clara por cuanto en este caso la trasformación ha sido incluso nominal, y ahora se habla de champeta urbana, clara referencia de lo que en nuestro imaginario se tiene como evolución, lo que equivale a dejar atrás los elementos pueblerinos y avanzar hacia los urbanos y citadinos.

Hoy en día la realidad no es tan distinta, aunque en un mundo globalizado las referencias espaciales y los puntos de comparación son mucho más diversos; además de que se ha despertado conciencia de las diferencias y se ha sacado ventaja de ellas. A nivel nacional el ser costeño se muestra sin términos inferiores en muchos elementos; por ejemplo, la mujer costeña, es más consciente de que las características con que se reconoce su belleza física, su voluptuosidad, son las más apetecibles, demandadas e imitadas – ya que con el boom de las cirugías los cuerpos se amoldan a los prototipos de belleza como una moda, aunque igual que la moda no deja de ser efímera -; los ritmos y elementos culturales costeños se han internacionalizado más que los andinos y, obviamente, la capital no ha sido ajena a la captación de los mismos; las ciudades costeñas tienen la capacidad de atraer de igual forma o quizás con mayor atractivo los destinos de viajeros, y más cuando en ellas se ha venido desarrollando el campo empresarial y el turismo; empero, no se puede negar que la visión de ciudad como un norte de desarrollo y del pueblo como lugar de atraso se mantiene como una constante de nuestros complejos culturales, y que en particular ante la ciudad andina nos sentimos inferiores en desarrollo y que seguimos cultivando el mito cachaco desde nuestros pueblos y desde nuestro ser costeño.

Con algunas variaciones, entonces, el mito cachaco sigue vivo y más aún el mito de la ciudad de los cachacos. La capital ofrece oportunidades de estudio y de trabajos importantes, alberga las mejores universidades del país, aún sigue siendo el centro del poder político nacional, posee grandes escenarios deportivos, artísticos y culturales, cuenta con enormes parques, además de sus variables arquitectónicas y la multiplicidad de sitios para visitar. Es un espacio diferente, y eso llama la atención, atrae.

Muchas diferencias siguen vivas e impulsan a las personas a aventurarse a experimentar el sueño citadino, un deseo que muchas veces se orienta por esa fiebre de vivir otro mundo. Y si se trata de salir del pueblo, ese casco rancio en el que no hay nada que hacer, en el que las oportunidades son pocas, la idea se convierte en impulso, y es así que muchas gentes de nuestros pueblos deciden ir a la ciudad, a la capital, para sentirse urbanos, conocer las enormes avenidas, los centros comerciales y discotecas, subir en ascensores y en esos sistemas de transporte masivo,  llenar las venas con esa mezcla de concreto y luces que ofrece la ciudad, vivir la ciudad, vivir en la ciudad, experimentar y cumplir el sueño cachaco. Sin embargo, es asimilable que muchas de las razones de migración de pueblerinos a la metrópolis se deba al fenómeno del desplazamiento forzado que sufre Colombia, o a la carencia de oportunidades laborales de nuestros pueblos y que la capital puede suplir en cierta forma, o a la falta de cobertura universitaria o calidad educativa que por lo general resulta inexistente en los cascos municipales, en fin… razones o motivos que no hacen parte del deseo marcado por un sueño, pero que de un modo u otro hacen virar la dirección de nuestros nortes al centro del país, siempre como una opción, como una tabla de salvación y oportunidad y, sin poder negarlo, por esa visión de Bogotá como el centro de desarrollo y avance del país.

Una de esas diferencias que parecieran triviales y que impulsan a muchos pueblerinos con fiebre juvenil a migrar a la capital es la facilidad con que una persona puede desarrollar su personalidad con un margen casi nulo de barreras sociales. En los pueblos por lo general se maneja un grado alto de uniformidad cultural, por lo que no es fácil ser diferente sin escapar a ciertas barreras coercitivas: la burla, la presión social, la demanda de uniformidad, el chisme, el matoneo… En los pueblos de la costa una persona que decide ser radicalmente distinta a las demás o alejarse de la uniformidad cultural mínimamente se gana un apodo. Bogotá, en cambio, es una ciudad más abierta a las diferencias, en donde se pueden encontrar en el mismo espacio personalidades, identidades y culturas diversas. Esto no indica que no existan limitaciones de tipo social, lo cual depende más o menos del círculo social al que se quiera pertenecer, o que no existan confrontaciones y rasgos de discriminación; claro que existen, pero, a diferencia del pueblo, es una ciudad en la que cualquiera puede ser cualquiera o lo que quiera, con mayor libertad que en el pueblo, y eso es importante para el crecimiento personal.

Sin embargo, la atención que se debe brindar sobre este aspecto radica en lo que puede ser un riesgo de desencanto: cualquiera es cualquiera, que es casi como decir que se es uno más en el montón o no se es nadie. Porque Bogotá, quiérase o no, es una ciudad en la que la indiferencia y el “nomeimportismo” abundan, lo cual puede ser tomado como una causa social de la falta de pertenencia con la ciudad. Entonces, lo que puede ser un atractivo para muchos jóvenes pueblerinos que desean mayor libertad de ser, se puede transformar en una ausencia de reconocimiento de su ser, y conducir al inevitable desencanto de lo citadino, ya que, en este sentido existe una marcada diferencia con el pueblo, en tanto que en este puede no ser tan fácil ser como se quiera ser, pero sea como sea, se es y se es para todos y se reconoce por todos. El reconocimiento del otro es una característica del ambiente social pueblerino; no hay un fulano de tal, sino el hijo de la doña Berta, o el sobrino de Manuelito, o el niño Mario que anda usando esos peinados raros… Y ese reconocimiento crea un sentido de pertenencia local y de grupo, pertenencia al pueblo. Tal vez sea ese el sentido de la frase del juglar Alejo Durán: “Uno es de donde lo quieren”.

El tema del reconocimiento es muy complejo, para nada trivial, al cual debe dársele mucha importancia. El ser humano es un ser social por naturaleza que requiere del reconocimiento del otro para desarrollar la sociabilidad. Aislado deja de ser humano. En Bogotá no es extraño que una persona pase cinco años viviendo en un lugar sin conocer a sus vecinos – pero sí sabe a qué hora apaga las luces -. Precisamente, y sin ánimo de hacer propaganda política, el reconocimiento del otro y la sociabilidad son unos de los fundamentos de las políticas públicas que se están desarrollando en la ciudad de Bogotá en la coyuntura actual, y cuyo lema de gobierno hace referencia a la necesidad de una “Bogotá Humana”. El propio alcalde de Bogotá, Gustavo Petro (personaje costeño, valga la pena mencionar,  en una entrevista televisiva reciente se refirió a Bogotá como una “ciudad inhumana”, con lo cual sustentaba la necesidad de desarrollar las políticas públicas que persiguen el reconocimiento del otro y la creación y recuperación de espacios públicos en los que la gente se pueda mezclar con fines de sociabilidad, para el contacto humano. Entonces no es un tema superfluo, sino un problema de orden social, reconocido institucionalmente y que se espera pueda superarse para hacer de la Capital una ciudad menos basta y más amable.

Bogotá puede ser vista como la ciudad de la búsqueda de identidades. Lo primero que se debe entender es que hace tiempos dejó de ser la ciudad de los cachacos para convertirse en la ciudad de todos, por lo que hablar de una identidad bogotana es casi que imposible. En la capital se han establecido todo tipo de colonias, de todos los rincones del país, incluso es común ver que las personas que nacen y se crían en Bogotá poseen ascendencia de distinta región por ambas líneas, materna y paterna, o por una de ellas, siendo este un elemento que dispersa un poco el sentido de pertenencia y de raíces.

Es allí donde radica la fragilidad de ciertas sociedades, en la confusión que crea su carencia de identidad y de pertenencia, lo que las convierte en vulnerables frente a las culturas que se imponen. Bogotá ha tenido una actitud permeable no sólo ante las culturas de otras regiones del país sino ante las extranjeras, lo que es bueno en el sentido de que crea espacios para todos, pero que no deja de crear confusión porque normalmente van acompañadas de características propias de la aculturación, y es aquí donde se hace evidente la filiación del cachaco con el sueño americano. He visto por ejemplo, que en la celebración de las pascuas algunos centros comerciales, principalmente del norte de la ciudad, adornan sus espacios con motivos alusivos a las pascuas, pero al estilo norteamericano. Entonces sobresalen los conejos de pascua pequeños y gigantes con letreros en inglés - lo cual ya es una muestra de extranjerismo -, y uno se siente como si estuviera en otro país, como una negación del lugar al que se pertenece, fuera de entender que pudiera tratarse de estrategias comerciales para llamar al público extranjero o que simplemente se trata de una pequeña porción de los cachacos que viven en el norte, de los que uno puede injuriar diciendo que “se las tiran de gringos” o que no le dan el valor a lo que es propio; para mi sorpresa en mi sitio de trabajo un compañero me regaló un huevito de pascuas de chocolate con una leyenda en inglés: “Happy Easter everyone! Remember the reason for the season and make yourself & the world a better place”, que aún no sé qué significa, pero fue base para el asombro de encontrar esa práctica esparcida por toda la ciudad en distintas formas de aculturación y de extranjerismo. Aunque en realidad se trata de un fenómeno que tiende a generalizarse, y que también comienza a extenderse a las ciudades costeñas, pero en la capital permea con una facilidad a ratos absurda, a ratos ridícula. También en Bogotá he celebrado varios cumpleaños propios y de amigos, y a la hora de cantar lo que debe ser elcumpleaños feliz, he preferido limitarme a sonreír y tocar las palmas, mientras con pena ajena escucho a los demás cantar las versiones criollas del happy birthday: “japi derdei”, “hapi verdi”, “hapi berbi”, “api verde”... incluso llegué a escuchar el colmo del “api beibi”, y el único consuelo que me repone es que por lo menos todos terminan en “tu yu”.

Si se pudiera hablar de una identidad bogotana, se tendría que definir como identidad diversa, o como multi-identidad, al fin y al cabo ese es un elemento propio de una ciudad cosmopolita. Referirse al cachaco con equivalencia al rolo es hablar de una especie en extinción. Rolos son escasos. Su forma de hablar, los modales, esa excesiva diplomacia, la forma propia de vestir, todo ha ido desapareciendo tal vez porque sus espacios fueron ocupados por otras tribus. Siendo así, es difícil pensar que se pueda hablar un lenguaje común. La metrópoli puede ser una Torre de Babel a la hora de intercambiar lenguajes; pero desde esas diferencias se puede construir sentidos cívicos comunes, y es un proceso en el cual la ciudad se encuentra dando sus pasos.

Entonces esas referencias que desde niños nos formamos acerca de los cachacos puede que en su mayoría ya no estén, o que queden pocas; y que en todo caso las que quedan hayan sufrido hibridaciones en cierto grado por la apertura a las diferentes culturas que ingresan y se posan en Bogotá, las cuales también se transforman para adaptarse a las condiciones diversas y cosmopolitas de la capital. Las diferencias que parecían tan triviales, pero que servían para distinguir un tipo de trato como perteneciente a la ciudad han ido desapareciendo o variando; por ejemplo, cada vez es más común que los jóvenes en su trato se tuteen y abandonen el usted, o que lo hagan con sus padres y familiares - “El cachaco se trata de usted” ya no es una norma estricta de convivencia -, aunque se conservan ciertas formalidades, distancias en el trato y la reserva personal propia del ser frío - algo que resulta paradójico si se viaja en Transmilenio, donde es imposible guardar distancia y evitar vulnerar el campo íntimo de las personas, donde uno ingresa para “dar y recibir cariño” -.

La mistificación y mitificación propias del sueño cachaco a veces nos lleva a comparaciones inoficiosas, intangibles en el sentido de que no es posible hallarlas tal como las concebimos, y que pueden ser contraproducentes a nuestros intereses culturales, costumbres e identidades. Tal vez sea necesario deshacernos del mito citadino y de paso desmitificar a la ciudad. Tal vez los cachacos deberían abandonar el sueño americano, y los pueblerinos el sueño cachaco. Tal vez lo más pertinente sea reconocernos a partir de algunos elementos pueblerinos como tesis para la construcción de una nueva sociedad, sobre todo ahora que se atraviesa por una coyuntura de diálogo y reconciliación social, y se habla del fin de la violencia. Aprender a reconocernos sería el primer paso para alcanzar a respetarnos, pero el reconocimiento del otro no significa simplemente no meterse con el otro y dejarlo vivir y desarrollarse como quiera; significa además tener presente al otro.

Se suele apreciar a las personas citadinas como hombres y mujeres de mundo, de una cultura universal, y a los pueblerinos como retrasados estancados en culturas parroquiales y anacrónicas. De igual manera, sobrevive el hecho casi inconsciente de que se asocie los escenarios de los pueblos (callecitas, plazas, terrazas, patios…) con el atraso y los escenarios citadinos (avenidas, discotecas, complejos, clubes…) con el desarrollo. Nadie quiere vivir atrasado, y será imposible encontrar que un citadino prefiera, en vez de una piscina, construir un patio o solar para sembrar palos de mango o almendra donde colgar una hamaca y criar gallinas. Son apreciaciones y asociaciones que realizamos todo el tiempo y que, aunque parezcan triviales, nos conducen a preferir una cosa sobre otra, o ser de un modo y no de otro. Empero, con los elementos que hemos referenciado, si nos detenemos a analizar que en el trasfondo de todo lo que existe es una mistificación y mitificación del ser citadino, que el sueño cachaco, después de cumplirse, puede resultar en desencanto, y que las condiciones de la ciudad podrían en algunos casos no ser tan benévolos para nuestras formaciones culturales, identidades y costumbres, podríamos aterrizar y crear consciencia en que lo universal no se contrapone a lo local y pueblerino, que se puede cultivar una cultura universal a partir de nuestras identidades, que no es necesario “citadinizar”nuestros pueblos para imitar un desarrollo ficticio, que se pueden aprovechar las ventajas que tienen nuestros pueblos en materia de identidad y reconocimiento del otro para la formación de una cultura ciudadana.

El encanto llamado Bogotá es vivido por muchos pueblerinos de forma onírica y prematura, con imágenes emocionales en sus mentes, llenas de escenarios deseados, de ilusiones etéreas y sentido fabuloso. Y como cada lugar tiene su encanto, pero también su desencanto, una vez se ha llegado a este, cobra vigencia la idea del retorno, ya sea en forma de remembranza o de melancolía. Es ahí cuando los sentidos se agudizan en la dirección del retorno,  justo cuando, sin saber por qué, nos sorprendemos tarareando una melodía que conjure nuestra ausencia en el lugar que nos pertenece y al que pertenecemos, a veces sin poder regresar… “Nació mi poesía como las madrugadas en mi pueblo ardiente, puras, y majestuosas; mis versos, alegres y libres como el viento, cual astro fugaz del firmamento en la noche hermosa…

¡Se acabó el agua!

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Hernán Baquero Bracho.  Hace 50 años, el Villanueva grande lo que hoy corresponde a los 4 municipios que corresponden a lo que siempre expresa el buen amigo José Ignacio “Nacho” Araujo Montero,  “El sur sur” era la panacea en el tema del agua, que gracias a ello y a los buenos suelos que posee esta sección del país, se convirtió en una de las mejores zonas agrícolas ganaderas de esta región de la patria. Luego llegó el primer desastre con la famosa bonanza marimbera, que como los jinetes del apocalipsis comenzaron a sembrar no solo el terror sino la soledad en que quedaron tierras tan exuberantes que corresponden a la Serranía del Perijá, especialmente la sierra negra, la montañita, la zona aledaña al Cerro Pintao y pare de contar. De un tajo acabaron estos marimberos de marras con una de las zonas más ricas en producción de agua. Personajes estos que se pasean orondos por las calles de Villanueva como pavo reales, como sino hubieran hecho nada a su hermosa Villanueva. ¡Qué horror!.

 Luego vinieron los cultivadores de amapola y arrasaron con el resto de la vegetación y de la fauna allí abundante. No les interesó nada, al igual que los cultivadores de la marihuana su único fin eran las ganancias económicas, no importándoles llevarse por delante el medio ambiente, que hoy luce por así decirlo desolado y escarpado como si se estuviera dando continuidad al gran desierto guajiro. Más tarde  ya no fueron los cultivadores de la hierba maldita, sino los propios campesinos los que comenzaron a descombrar tierras a diestra y siniestra, con hacha, machete y hasta motosierra hicieron de las suyas y al tiempo presente continúan con este desmadre en contra de la naturaleza, sin ninguna planeación y sin ninguna ley que los detuviera acabaron con todo y hoy estamos sufriendo las consecuencias de estos asesinos del medio ambiente villanuevero. Sin ahondar en las famosas quemas que es otra práctica malsana que han venido haciendo nuestros campesinos, basados en una cultura de antaño.

Por todas estas anomalías e inconsistencias fue que la fundación de los Amigos del Pintao, pusieron su voz de alerta ante las autoridades ambientales de la época y ante el mismo pueblo villanuevero y no tuvieron eco ni sus informes detallados con verdades científicas y mucho menos sus palabras que estaban impregnadas de un patriotismo sin igual y que para muchos de nosotros eran tratados como unos locos. La historia le dio la razón y hoy todos nos lamentamos de la grave situación de falta de agua no solo para los cultivos sino para el consumo humano que están padeciendo poblaciones como Urumita, donde por increíble que parezca el agua se distribuye en carro tanques  como si estuviera ocurriendo en la alta guajira y muy pronto los villanueveros estaremos en las mismas y es cuando muchos pondrán el grito en el cielo y se vivirá la película “lo que el viento se llevó”. A medias le hicieron caso a los Amigos del Pintao y comenzaron las famosas reforestaciones que eran de papel, en la práctica todo se lo robaron y nadie dijo nada, especialmente los órganos de control que se hicieron los de la vista gorda y se volvieron cómplices de estos pillajes y hoy la ribera del río Villanueva pareciera a primera vista que sus aguas las hubieran desviado, pero no es el desastre ecológico más grande en la historia guajira que se haya dado en esta región de la patria.


Todavía estamos a tiempo de corregir el rumbo y de encausar con unos buenos propósitos y unas acciones ambientales que vallan a recuperar lo que se ha perdido por décadas, como es el recurso hídrico que hoy fluye casi como un espejismo y se oyen solo los lamentos: ¡se acabó el agua!.

¿Qué es gobernar?

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Hernán Baquero Bracho. Gobernar es un arte que admite diversas definiciones dependiendo desde el punto de vista que se mire, ya sea filosófico, sociológico, ético, político, religioso y con seguridad otros conceptos. Lo cierto es que lleva implícito el concepto de conducir y guiar a los gobernados para conseguir lo mejor para ellos, pues finalmente el objeto del gobernante es el de saber interpretar los deseos colectivos; pero esto no tendría valor si no va acompañado de lo más importante como es orientarlos de suerte que se consiga lo mejor para todos los gobernados y todos se sientan satisfechos.

A la comunidad le gusta sentir que al frente de sus destinos, los colectivos y también los individuales, haya alguien que ejerce debidamente el mando, aunque ese ejercicio contravenga aparentemente los sentimientos y convicciones pero que a la larga finalmente convencen.

De acuerdo a la anterior reflexión, vale la pena pasar un vistazo por nuestros municipios y el mismo departamento, para saber de verdad cual es la realidad de esta premisa, vivimos en un departamento lleno de conflictos últimamente de tipo político, pero también de tipo cultural, somos una de las regiones del país con más expresión multicultural; aquí vivimos lo wayuu, los nativos de la sierra nevada, los árabes, los del Sinú, los cachacos, los paisas y los alijunas que somos los mestizos oriundos de La Guajira. Todos  hemos sufrido los rigores de la violencia propiciada por el conflicto armado, por el accionar de organizaciones armadas al margen de la ley o bacrim, en un marco de conflictos intrafamiliares y un alto grado de intolerancia.

Allí es donde debe aparecer el espíritu de gobernar, para lo que es indispensable, contar con experiencia y tener condiciones de líder. Veamos entonces que tanto se ha cumplido con ese precepto, teniendo en cuenta que cuando fueron elegidos nuestros gobernantes sabían que enfrentarían localidades, llenas de problemas heredados de muchos años, pero que ellos ofrecieron para solucionar.

Entonces ya con el sol a las espaldas los actuales mandatarios, ¿Cuáles han sido las soluciones en cuanto a los servicios públicos? En todos  los municipios guajiros tenemos dificultades con el suministro de agua apta para el consumo, el servicio de alcantarillado es deficiente, el aseo es de lo más malito que tenemos y de la energía ni se diga. Estos servicios se encuentran concesionados a empresas privadas que además de operadores se convirtieron en contratistas de obras, dizque para optimizar los servicios, con el agravante de que ellos mismos son los interventores y no ha pasado nada, todos los días estamos peor y las administraciones poco nada han hecho para solucionar tremendo problema.

La anarquía en los municipios desespera a la gente, frente a esta exigencia ciudadana ¿Cuáles han sido las soluciones? Hoy tenemos ciudades como Riohacha y Maicao invadidas en su espacio público, el comercio informal y el legal se tomaron los andenes por donde se supone deben transitar los peatones, el tráfico vehicular es un caos, la accidentalidad se disparó en los últimos dos años, las estadísticas de muertes fatales y el alto número de heridos es aterrador. El contrabando de gasolina por las principales vías del departamento han dejado más de 400 muertos y los que faltan.

 El tema del desempleo es alarmante en todos los municipios. La muerte de niños indígenas por la desnutrición aterradora es todavía peor. La corrupción en este último cuatrienio aumentó al 500% y campea cada día más y nadie dice nada y los órganos de control se han convertido en socios de los corruptos. ¡Qué horror!.


En síntesis tenemos nosotros mismos parte de la responsabilidad de lo que ha ocurrido en este periodo constitucional de los gobiernos locales, los cuales, frente a los problemas de la gente, que se comprometieron a solucionar fueron inferiores. Ahora nos preparamos para una nueva oportunidad de corregir. El último domingo de octubre  es el reto de cambiar la historia o repetir el error. Para evitar equivocarnos tengamos pendiente que gobernar es prever y que para prever se necesita experiencia y condiciones de líder. Esos son los gobernantes que se necesitan.

Del ahogado el sombrero…

2/8/15 0 comentarios ¡Deja tu comentario aquí!


Por: Fabrina Acosta Contreras. Esta columna también podría llamarse  “Mi consciencia no tiene precio” pero el tema del sombrero me atrajo más, además de estar de moda por esta época el uso de dicho accesorio.

Usaré como introducción lo que alguna vez refirió un amigo político: “Los mandatarios tienen 3 años y medio para hacer su gestión, y depende si fue mala en ese tiempo están huyendo o defendiéndose de escándalos y si fue buena está  cortando cintas”, y tiene razón, porque a estas alturas se pueden ver gobernantes sorpresivamente sensibles con temas que fueron “cenicientas” durante su gobierno, pero ahora que hay ley de garantías y que están cerca a procesos de empalme y cierre, se les da por buscar a personas que hemos trabajado de manera voluntaria y comprometida por temas sociales como infancia y género para proponernos desarrollar proyectos, esto puede tomarse como un insulto y un descaro aunque sus mensajeros lo llamen “oportunidad de ejecutar rubro”.

Parece que ellos con su mentalidad corrupta consideran que todos los demás somos así, no pretendo postular un criterio moralista sino exponer que cuando la esencia de una persona es la honestidad sus actos siempre están identificados con dicho valor. Así mismo, cuando la decisión es ser libre pensador/a no hay precio para ello, sino un valor que corresponde a la libertad y la responsabilidad de hacer análisis de manera argumentada y/o documentada.

“Del ahogao el sombrero” significa entonces, la estrategia de los que no han hecho la tarea prometida, aquellos que le apostaron más al cemento o al “marketing político”, que a la gestión social y que reciben la crítica diaria de quienes votaron con la convicción de no ser decepcionados. Es lamentable que al leer los planes de desarrollo se encuentren compromisos de construcción de políticas públicas, observatorios o programas sociales que jamás se cumplieron, es más que vergonzoso que ellos pretendan hacer en dos meses lo que no hicieron en 3 años y medio.

Las organizaciones sociales (independientes) desarrollamos iniciativas que pretenden buscar respaldo con las entidades territoriales no por color político sino por interés común de aportar al desarrollo, entendiendo la corresponsabilidad que tenemos como ciudadanos/as; pero se termina trabajando en alianza con entidades privadas o académicas, porque si no se pertenece al grupo político de turno no se apoyan las buenas ideas, lo paradójico es que a pocos meses de entregar cargos y cuando ya se ha tomado la decisión de no trabajar ningún proyecto con un gobierno que no tiene voluntad política para las ideas propuestas, lleguen diciendo que aunemos esfuerzos, ¿Por qué no lo hicieron cuando era el tiempo?

En este sentido, es penoso que los cargos públicos se conviertan en “gestiones pro familia y pro amigos” que impiden el desarrollo de una real democracia; los gobiernos son de la ciudadanía, no son empresas privadas, ni tiendas de barrio; es hora de no esperar seis meses antes de terminar el cuatrenio para lanzar el sombrero de salvación y salir corriendo a hacer propuestas sospechosas, irrespetuosas y alejadas de toda posibilidad de ejecución (adecuada). Si bien hay personas que pueden recibir dinero como trueque para silenciarse y hacer parte del equipo de “aduladores” de la gestión que debió hacerse pero que no se hizo, dejo públicamente dicho que no soy de esa línea y mis respuestas a dichas propuestas siempre serán un contundente NO.

Aunque es muy usada la frase “del ahogao el sombrero”, es preciso aclararles a algunas personas que yo no hago parte ni del rio revuelto, ni de la moda “presuntamente rejuvenecedora” del uso del sombrero; así que seguiré interviniendo en emisoras, diarios y foros con críticas argumentadas hacia las gestiones (no hacia personas) procurando aportar siempre al bien común del territorio; dejando claro que cuando un gobernante haga bien su trabajo, seré la primera en reconocerlo pero no bajo pagos de opinión, sino como una sujeta pensante y transparente.


Ojalá que las personas que serán elegidas para el cuatrenio 2016-2019 entiendan que es momento de gobernar nuestra tierra y de hacerlo juntos sin excluir a quienes no estén en campaña o en la rosca, pero que si tienen propuestas para aportar; para así retornar a una real gobernabilidad donde la Guajira, Riohacha y los diferentes municipios sean primero que los intereses particulares. Amanecerá y veremos, he dicho.

 
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